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PostHeaderIcon Campo de Concentracion de Castuera

Se construyó un gran campo de prisioneros cercano a Castuera al finalizar las hostilidades en el frente de La Serena. El campo era un gran centro de distribución de presos, escenario de los primeros momentos de la represión ya institucionalizada. Funciono desde abril de 1939 hasta finales de febrero de 1940.

Testimonio oral de D. Rafael Caraballo Cumplido “Cuando estalló el Movimiento nosotros vivíamos en Oliva de la Frontera. Entonces pasamos a Portugal, lo hicimos los padres y tres hermanos, los cinco pequeños se quedaron en el pueblo, repartidos entre Oliva y Jerez de los Caballeros, porque mis padres eran de Jerez. Hasta el final de la guerra no volvimos a verlos. Mi padre cobraba las contribuciones en Oliva, trabajaba allí. Pasamos a Barrancos, de Barrancos a Évora y de allí nos llevaron a Lisboa. Nos embarcaron en un barco que les habían regalado los alemanes a los portugueses, por lo visto, cuando la primera guerra europea… que anda que también se portaron bien los guardias portugueses…las gentes nos ayudaban pero la policía de Salazar... eran criminales…

En el vapor iban muchos carabineros, también guardias civiles, unos 1.300 o 1.400. Desembarcamos en Tarragona el 13 de octubre de 1936. Como yo era pequeño, me metieron con las mujeres en un hospital. Un cocinero que me tomó cariño me tomó como ayudante, pero yo me fui voluntario. Me metí en el tren, pasamos el Ebro de noche, estuve en Belchite y, qué casualidad, allí estaba mi hermano. Me quedé allí en el frente un tiempo y luego estuve en una brigada de catalanes…, hasta que me reclamó mi padre y nos vinimos a Extremadura a vivir, a Castuera, porque mi padre cobraba las contribuciones y como habían trasladado la capital a Castuera, pues allí viví, en la calle Calvario. Y allí me incorporé voluntario.

Cuando terminó la guerra estábamos en Puerto Peña, en el 39. Ahí nos cogió el fin de la guerra. Llegó la orden de que la guerra había terminado, que marcháramos con dirección a Piedrabuena y que en caso de que nos encontrásemos con el enemigo, que no ofreciéramos resistencia, que era una paz honrosa. Marchamos a Siruela, porque allí tenía familia. Mi hermano quiso irse a Alicante, pero como lo cogieron no llegó a embarcar. Él iba al exilio, era sargento.

Nos encontramos con las fuerzas nacionales. Un comandante nos dijo: “no os presentéis, porque los pueblos están muy malos, y vamos a hacer un campo de concentración en Castuera… y sobre todo los que estáis comprendidos en quinta...”. Así, nos encerraron en la iglesia de Siruela.

El 27 de marzo de 1939 es cuando nos dicen que la guerra ha terminado y que es una paz honrosa. Ese 27 de marzo salimos con dirección a Cabeza del Buey, que fue cuando nos encontramos al comandante que he citado. Nos encerraron en la iglesia de Siruela: dormíamos en la sacristía. El 13 (de abril) ya nos trasladaron para el campo de Castuera. Por entonces todavía no estaba terminado, lo estaban haciendo aún. El campo se inició cuando terminó la guerra. Como no había barracones todavía pusieron unas tiendas de campaña (que le pusieron el nombre de Villaverde): las hicieron con unos perfiles de los que había en las trincheras, y luego las cubrían de pasto que se traía de la sierra de Castuera. Había muchas de esas tiendas, que no eran realmente tiendas, sino una especie de covachas, que servían de cobijo mientras se hacían los barracones. En cada tienda cabían dos personas.

El 17 de mayo nos ocurrió una desgracia: estaba acostado en una tienda de ésas con mi hermano, y estaban calentado comida, y yo avisaba que se podía quemar aquello. Salió todo ardiendo, salimos corriendo como pudimos y perdí los zapatos. Estuve así descalzo mucho tiempo.

Cuando ya se acabaron los barracones, que fueron hechos por los presos, pasamos al barracón 23. Los presos del 70 eran los sentenciados a muerte. Decían que eran los más peligrosos, ya ves tú….Como curiosidad hay que destacar que llenaron un barracón de moros, el número 45. Sí, eran moros de los que habían venido con los franquistas, que habían hecho barbaridades, que se habían metido con las mujeres de sus jefes… Y allí los tenían, como a nosotros.

El campo de prisioneros formaba más o menos un rectángulo, con las letrinas…, en el centro estaban los barracones, la cruz de los caídos… Había dos filas de barracones. En total unos 70. Dentro del barracón… de noche no te podías levantar.. unos pegados a otros, tampoco te podías asomar a la ventana…Luego nos pasaron del barracón 23 al 43.

Se hizo cargo del campo el comandante Navarrete, de Fuente de Cantos. El dichoso comandante Navarrete... Antes que él hubo otro que yo no sé cómo se llamaba, no lo conocí. Luego estuvo otro que le llamábamos el abuelo. Luego estuvo Navarrete.

En el campo había una alambrada, una zanja, y luego otra alambrada. Y después nos pusieron otra, porque lo ordenó Navarrete. Cuando teníamos que hacer nuestras necesidades nos llevaban a las letrinas por grupos, que estaban al final del campo, abajo, por donde está la vía del tren.

Se oía que arrojaban a la gente a las minas que estaban junto al campo de concentración. Pero yo no le puedo decir con seguridad que eso fuera así. Sí lo oíamos, corría el rumor, de que a uno lo que iban a tirar se agarró al pie del que lo empujaba y se lo llevó para adentro. Pero yo no he visto eso. Yo sé que mataban, pero si los echaban vivos a la mina o eso, yo no lo sé.

Lo que sí he visto han sido las palizas. El alcalde de Puebla de Alcocer iba en una silla de ruedas, dijeron que no lo mataban, pero le rompieron la médula…

En el barracón nuestro había un chico que había venido su madre a verlo. Entonces saltó por una de las ventanas de atrás del barracón para llevarle una esquela (una carta) a la madre. Y así le dieron un tiro por detrás. Y nosotros viéndolo. Allí quedó muerto. Fueron los legionarios, que por entonces estaban de vigilantes. Que por cierto, eran mejores que los requetés y los falangistas. Los vigilantes a veces abusaban de las mujeres que iban a preguntar por sus familiares, las chantajeaban, porque no tenían para otra cosa que no fuera el meterles el miedo, engañarlas:”..yo me intereso por tu marido…”.

Las ametralladoras estaban en la sierra, en la parte de arriba del campo.

Llegó Don Ceferino, que había estado de carcelero en Jerez de los Caballeros, y como mi padre era de Jerez, pues lo conocía. Y mi hermano Alfonso me comentó: “ oye, como D. Ceferino era amigo de papá, pues….”. Nos colocó de cocineros. Ya la cosa fue distinta. Cuando vino don Ceferino nuestra situación cambió. Nos llevaron arriba, donde las calderas de los garbanzos… Nos tuvieron seis días sin comer. Seis días completos, sin comer absolutamente nada.

Desde Castuera en unos camiones llevaban el agua, y a mi hermano le llevaron un saco de pan, que mi madre le dio diez duros a unos de los conductores de los camiones, y yo me ahogaba comiendo pan, del ansia…

Cuando iba mi madre a vernos…. había una alambrada enfrente…Nos veíamos desde lejos… yo hablaba con mi madre poco menos que con un altavoz…

Nos llevaban a la sierra, y yo me quejaba porque estaba descalzo, pero nada, a la sierra también. En un momento cogíamos la leña para hacer el fuego para las calderas de los garbanzos. Cuando las calderas iban cogiendo temperatura se acababa la lumbre…, los garbanzos durísimos… Me dice uno de los guardianes, que era de Oliva: “tú te pones detrás de mí, que no te pase nada”. Un guardián me decía: “¡Qué mal pastor haces!” Y mi paisano: “ ponte detrás que es capaz de tirarte…” Ya ves, en el mes de Julio, descalzo, por la sierra, que hay espinos… y langostos…

En las letrinas te daban muy poco tiempo.

Una de las noches mi hermano estaba indispuesto…quiso salir del barracón a hacer sus necesidades y le dispararon dos tiros. Se metió para adentro y se le quitó la diarrea rápido.

Cuando tocaban al reconocimiento: el capitán médico era de Don Benito, Luis Feito. Yo tenía fiebres palúdicas. La medicina era un saco de sal de higuera (¿) y un bidón de agua… En las puertas del reconocimiento nos juntábamos unos 800 o 900 hombres. Que uno decía: “vaya con estos tíos, que ayer me purgaron y hoy también”. Y luego se reían. Decían: ”ves, ya no hay enfermos”. Una de las veces que mi hermano saludó (con el saludo fascista, brazo extendido en alto), porque había que hacerlo, ese Feito, el médico, le dijo: “¿y ahora saludas, criminal?”. Se lo dijimos a un cabo, también de Oliva, que le llamó la atención y le dijo que si a él le habíamos hecho algo nosotros… Ese paisano se portó muy bien.

Había gente muy mala. El que era malo, era malo. Había un madrileño, chiquinino, ¡cómo podía ser tan malo! En nada que lo veíamos venir todo el mundo se callaba. Luego había gente buena, como un muchacho de Don Benito, buena persona... Recuerdo que en algunos casos, en mi barracón, venían a por uno, lo nombraban, y bien sabía el que lo nombraba que estaba allí, pero no contestaba y decía: “mañana vendré”. Y eso lo hacía ese muchacho de Don Benito. (Enseña un tatuaje en el brazo). Me lo hice allí, en el campo de concentración de Castuera en 1939. Que estaba yo un día barriendo, paleando, y me echan mano al vérmelo… y me dicen: “¿qué tienes ahí? Si es la hoz y el martillo te corto el brazo...!” Otra vez estaba paleando, que yo no sabía…, había que echar lo de la pala más allá de la alambrada del campo. Me obligaban a tirar una y otra vez…

El comandante Navarrete era lo más malo que he visto. Era increíble… Y a mí me dijo allí un cura, en Siruela, que teníamos que envidiar a los que habían muerto…No he visto a ninguno que sea bueno…En el campo se hacía misa. Y cantábamos muchos himnos, cinco o seis, por lo menos. Que había uno que decía: “¡me cago en diez, anda que estos tíos no tienen himnos!”. Y con la mano levantada…. Con nosotros había varios militares presos, y otro que era pintor… y cuando nos poníamos a cantar hacían alguna burla: “si te dicen que caí, mentí, que fui un tropezón que di…”, “...qué hacen guardia debajo los sombreros…”. Y les reñíamos no fuera que los escucharan… El pintor era muy bueno. Pintaba a todos los sargentos, que iban a que los retratara. Después, donde estaba el puesto de mando había como un torno, donde se iba a declarar…y allí los colgaban… Muchos morían… cuando veíamos venir por el camino a una mujer vestida de luto, con esos de la boina roja, decíamos: “...uf!”.

Los guardias se emborrachaban, entraban en los barracones, y según les pareciera la cara de unos u otros, la cogían con uno y les daban porrazos, los sacaban y los traían molidos a palos. Había a algunos que los sacaban todos los días y les daban palizas. Que era mejor que los hubieran matado. Ese Navarrete permitía todo eso. Muy malo era. Luego fue General, de Fuente de Cantos era. Venían las gentes de los pueblos. A sacar a los presos.

Allí se hablaba de que estábamos unos 9.000 hombres. Yo calculé eso, aunque allí siempre se habló de 11.000. Había setenta barracones, pero es que luego estaba “Villaverde”, la zona de las tiendas de campaña aquellas. Le pusieron ese nombre los madrileños, que eran muy graciosos, por el barrio de Villaverde, como aquello tenía pasto y era verde... Había un jefe de barracón, y pasaban lista. Se daba parte a los sargentos de los que estaban en los barracones.

De allí también se escapaba la gente. Había centinelas.. unos treinta o cuarenta. Toda la noche escuchábamos: “¡alerta el 10!, ¡alerta el 9!”. Cada centinela tenía sus garitas. La gente se escapaba cuando llovía, cuando vino el frío. Mi hermano y un capitán…. teníamos preparada la fuga, pero cómo me quedé sin zapatos…La gente se escapaba de noche. Algunos se camuflaron de día, pero como te cogieran no había salvación.

Hubo un intento de revuelta, pero parecía una encerrona para que nos mataran a todos. También lo intentó un tal Pedro Tirado, pero aquello no funcionó.

El campo se desmanteló aproximadamente el 20 de febrero de 1940 (estuvo operativo desde abril de 1939 hasta esta fecha). Nos trasladaron a la prisión de Castuera gracias a D. Ceferino. Otros fueron a Herrera del Duque, que allí, tela marinera… Nosotros en Castuera estábamos encantados. La cárcel estaba al lado del Ayuntamiento. Y venían dos hermanos que eran de Ciudad Real, hijos de un factor, eran recomendados… Allí en la cárcel dormíamos junto los cuatro hermanos (dos y dos), uno de ellos se volvió loco.

Fueron los padres y la hermana a verlo, todo lo decía en verso. Decía: “ya se marcha mi madre y se marcha llorando, y a mí seguramente me fusilará Franco”. Y miró para arriba y allí había un carpintero, que hacía maletas, y decía: “ y ahí hay un carpintero que hace maletas, que no valen dos reales y cobra diez pesetas”. Y lo fusilaron. Se escapó y lo mataron. Siempre decía: “yo todos los avales que llegaban los rompía”. Y lo hacía porque los señores daban avales a las mujeres: “...toma, para que venga tu marido…”, pero lo hacían para matarlos cuando volvieran. Y él los rompía por eso, no los cursaba.

Cuando desmantelan el campo a la gente la reparten: a Castuera, a Herrera del Duque… allí en Herrera era horroroso. Nos repartieron por todas las cárceles, y luego nos dieron la libertad. Y luego nos volvieron a encerrar otra vez.

Yo tenía 19 años por entonces. Mi hermano tenía 23 o 24 años.

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Autodeterminación

El derecho de libre determinación de los pueblos o derecho de autodeterminación:es el derecho de un pueblo a decidir sus propias formas de gobierno, perseguir su desarrollo económico, social y cultural y estructurarse libremente, sin injerencias externas y de acuerdo con el principio de igualdad.

La libre determinación está recogida en algunos de los documentos internacionales más importantes, como la Carta de las Naciones Unidas o los Pactos Internacionales de Derechos Humanos.

También numerosas resoluciones de la Asamblea General de la ONU hacen referencia a este principio y lo desarrollan: por ejemplo, las resoluciones 1514 (XV), 1541 (XV) ó 2625 (XXV).

Es un principio fundamental del Derecho internacional público y un derecho de los pueblos, que tiene carácter inalienable y genera obligaciones para los Estados. Incluso, de acuerdo con muchos autores, la libre determinación ha devenido norma de ius cogens.